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ABARÁN OTOÑAL (Mercedes de la Fuente Tornero)

Nuestra colaboradora Mercedes de la Fuente Tornero nos deja este evocador artículo de un Abarán que se fue…, aunque no hace tanto.

        Abarán… mi pueblo, nuestro pueblo…Abarán, si yo fuese un poeta o un cantautor, tal vez escribiría aquí: “Tu nombre me sabe a hierba”, pero no soy nada de eso,  así que diré algo más sencillo, menos poético, pero completamente cierto: Abarán tu nombre me sabe a recuerdos… a añoranzas… a vivencias.  Si porque son muchos los recuerdos que guardo de este rincón del Valle de Ricote donde nací y siempre he vivido… Ahora de repente, recuerdo un Abarán en el que cada estación ofrecía una imagen diferente, cambiante, según los variados colores de una primavera, un verano, un otoño o un invierno, sin embargo ahora me ha invadido el color de un pueblo otoñal y es a ti el Abarán en otoño que fue y que ya no es, al que voy a dedicar este artículo.

        Cuando llegaba la dorada estación  los árboles de los jardines de La Era, que yo cada día contemplaba desde la ventana de mi casa, los árboles de nuestra huerta y los altos y ancianos eucaliptos del Parque Municipal se llenaban de hojas doradas que caían suaves sobre el suelo formando esas alfombras de musicales crujidos que nos trae el otoño. Allí en el Parque, la antigua piscina, situada detrás del matadero y lavadero, donde algunas mujeres abaraneras se ganaban la vida lavando la ropa de otras personas, porque entonces las lavadoras, automáticas o no, eran algo inimaginable… recuerdo a algunas de esas mujeres, casi todas tenían las manos muy rojas y la piel demasiado brillante por frotar y frotar las ropas que lavaban con esmero en un agua bastante fría y que tendían al sol para lograr más blancura en aquellas sábanas que semana tras semana lavaban y lavaban, aquí quiero mencionar a Encarna, la lavandera de mi casa, mujer amable, que lavaba allí y otras en el lavadero de Bolvax desde allí venía andando hasta el pueblo con enormes calderetas llenas de ropa sobre su cabeza, trabajo duro, pero que ella afrontaba sin tregua ni descanso casi todos los días del año. Recuerdo aquella primera piscina, rodeada de altos eucaliptos, pequeña, sencilla, en la que los hombres se bañaban en un horario y las mujeres en otro ¡típico de entonces! En otoño el agua prácticamente desaparecía porque se cubría de hojas secas y allí se mantenían hasta que llegaba el verano y la limpiaban. Recuerdo sus últimos momentos, apenas se veía el agua con tanta hoja, porque al construirse otra piscina mayor y mejor dotada, ya nadie la usaba, sus vestuarios humildes, sin azulejos siquiera, ya derruidos, fueron una imagen triste durante algún tiempo. No queda nada de la piscina, desapareció totalmente como el lavadero y el matadero, cuando El Parque fue remodelado, pero creo que los que vivimos su apogeo nunca la olvidaremos, porque fue uno de los primeros signos de todo lo que el progreso del siglo XX  traería a nuestro pueblo para bien o… la verdad es que no lo sé.

        Al pasar nuestras Fiestas Patronales septembrinas, era cuando el otoño comenzaba realmente en Abarán. El quiosco de La Ermita, regentado por Trini de Luciano, terminaba con su época estival diciendo adiós a los helados de limón, horchata y sorbete que allí se servían durante el largo verano,  pero algún que otro domingo abría por la tarde, entonces era la época de los michirones calientes y alguna  cerveza, pero habían desaparecido las mesas exteriores y también la música que amenizaba las noches del verano, las consumiciones se hacían en el interior y fuera el paseo y jardines permanecían silenciosos. Cerraba también el quiosco de Jesús Soler en La Era, las mesas que montaba en la acera se guardaban también, hasta la llegada de los días más largos y cálidos de la lejana primavera. Luís, Manuela y todos aquellos que  vendían helado a niños y adultos durante el caluroso verano, ofrecían entonces desde sus pequeños puesto o carritos: pipas, garbanzos, caramelos, chicles y sobre todo castañas, que como Luís decía “Calenticas y al cuerpo”. Se compraban a todas horas, pero sobre todo para comerlas en los cines. Como se  llenaba el suelo de estos locales con las cáscaras, era otra alfombra otoñal e incluso invernal, pero desde luego menos romántica y musical, como la de las hojas secas otoñales, pero para los que vivimos aquellas noches de películas, aquel crujir de las cáscaras también nos ha dejado un inolvidable recuerdo. La vieja querida y añorada Plaza de Toros, también cerraba sus puertas tras la gloriosa corrida ofrecida en la que era, recién pasada Feria y por supuesto sus noches de cine, porque como todos sabemos, antes de construir La Terraza del Cervantes, la Plaza era el único cine de verano del pueblo y casi siempre se llenaba de espectadores, tanto en el ruedo como en las escaleras, sobre todo sábados y domingos… películas de “romanos”, “del oeste”,  “del tío de los pollos (Paco Martínez Soria, que así se le conocía en nuestro pueblo)”, “comedias”, “de guerra”, “dramas”, “cómicas”, “románticas”, “de terror”… en fin de cualquier género, porque el cine era la principal, por no decir la única, diversión de la época y tanto adultos, como niños y jóvenes disfrutaban con cada película. Al  fin de la temporada, acababa la música que todas las tardes se emitía desde allí a través de unos altavoces colocados sobre su tejado, con muchas canciones populares de aquel tiempo, música que invitaba a la gente a asistir a la película de turno y de paso La Era se animaba despertando de la silenciosa siesta de los días del verano. Se cerraba así mismo “La Terraza del Cervantes”, pero comenzaba el cine en los dos teatros: Guerrero y Cervantes, aparecían las carteleras anunciando con imágenes las películas que iban a ofrecer, siempre buenas y por supuesto estrenos (me consta que algunas llegaban a Abarán antes que a Madrid y esto es completamente verídico). Tanto Fidelio como Constantino, eran dos empresarios entusiastas y buscaban las mejores películas para sus respectivos locales.

         También comenzaba el teatro, era raro la semana que no actuaba alguna compañía, de más o menos categoría, pero que así mismo rompían la rutina nocturna de las noches otoñales e invernales y por supuesto la llegada de las artistas animaba mucho La Era.

        El otoño, realmente, no traía silencio al pueblo, al contrario, era más sonoro que el verano, en todas las calles aparecían niños jugando tras la jornada de escuela que ya había vuelto a comenzar, rara era la calle en la que no resonaran las risas y gritos de los niños, que alegran más que cualquier música. Cada día, mañana y tardes, tardes y mañanas  los maestros acudían (había comenzado un nuevo curso) al Grupo Escolar San Pablo, donde las niñas y los niños, recibían educación y cultura, ambos sexos estaban en clases separados y ni siquiera en el recreo se mezclaban, las chicas con las maestras y los chicos con los maestros y todos contentos. Además del Grupo, existían otras escuelas, como por ejemplo “Las Escuelas Parroquiales” de la calle Colón o Camino Nuevo, como muchos la llamaban entonces a esa calle, sus maestros: Doña María y Don José que en otoño, regresaban también a sus clases, allí no existía el recreo, pero tanto niños como niñas, se mantenían atentos en sus pupitres y en silencio como era habitual, resistiendo todas las horas de clase con buena disposición y buen comportamiento. Recuerdo aquellos bancos de madera con sus tinteros, los mapas colgados en las paredes, la gran pizarra de un color gris oscuro y los grandes ventanales que daban a numerosos huertos por donde entraba a raudales la luz y el sol que nos calentaba los fríos días de invierno, porque de calefacción nada de nada. Preciosas escuelas que desaparecieron y que debieron utilizarse como museo escolar en las que se conservasen recuerdos de trabajos realizados por cada generación de niños abaraneros, pero igual que muchas cosas del pueblo, a esas escuelas se las llevó el tiempo.

       Algunos días llovía, bastantes por cierto, mucho más que ahora, pero pese a la lluvia la faena de la uva continuaba, casi todas las mujeres del pueblo trabajaban en ella y también muchas de Cieza que a la hora de comer se sentaban en las aceras de La Era a consumir sus viandas y allí permanecían hasta comenzar la faena de la tarde, era una estampa típica otoñal, también ya irrepetible. Así mismo el Laboratorio de Don Pedro aumentaba su actividad tras la pausa del verano, como lo hacían los talleres, La Leva y la Fábrica de Don Bienvenido Yelo con su característica sirena que lograba que cualquier abaranero, viviese en la calle que viviese  oyese su ulular, ya que el viento, el eco o lo que fuese, lo distribuía por todo el pueblo,  supiese que era la hora de incorporarse o salir de su trabajo.

        El fútbol, regresaba con el otoño y los domingos que el CD Abarán jugaba en casa, se animaba todo el pueblo y el campo de “Las Colonias” casi siempre se llenaba, porque todos se sentían orgullosos de ese equipo que con honor y gloria colocó a nuestro club en Segunda División, en el grupo Sur concretamente y Abarán se enfrentó a club de gran categoría, para orgullo de cada abaranero.

        El 12 de Octubre, Día de la Virgen del Pilar, se conmemoraba la fiesta, igual que ahora de la Guardia Civil, pero aún siendo igual, era diferente. El cuartel que había dejado su antigua ubicación tras la plaza de toros, estaba situado entonces en el Cabezo, ofrecía una Misa solemne a su patrona y luego una invitación a los abaraneros en el patio de aquel edificio que también ha desaparecido totalmente.

        Otra celebración del otoño era el 1 de Noviembre, día de Todos los Santos, quizás sea mi imaginación, pero el pueblo se llenaba de olor a crisantemos, porque era la típica flor que las familias llevaban al Camposanto como recuerdo y homenaje a sus difuntos, casi todo el mundo iba caminando, porque coches no habían muchos y de ahí que al portar grandes ramos de esa flor, las calles se iban impregnando con su perfume.

        Y La Ermita, que permanecía en silencio tardes y noches tras sus llenos del verano, los jueves volvía recuperar su bullicio, porque al no haber escuela por la tarde, los niños y niñas, iban a jugar allí y nuestro precioso paseo volvía a llenarse de risas, de gritos, de juegos… de vida, en esos días que aún no se había presentado el frio invernal y que un sol, más apagado que del verano, más tibio, pero luminoso, invitaba a disfrutar del otoño antes de que llegasen los fríos días del invierno.

        Los días pasaban y pronto llegaba Diciembre y con él la Fiesta de La Inmaculada Concepción, La Purísima, entonces era “El Día de la Madre” y los niños, aquellos que podían, ofrecían a sus madres algún regalo sencillo o una postal, otros una nota de felicitación escrita por sus propias manos o simplemente un fuerte abrazo y un beso sentido, quizás el mejor regalo para una madre. En Diciembre el pueblo cambiaba porque llegaba el invierno, no puedo decir que trajese nieve, aunque alguna vez nevaba, desde luego, si que comenzaba el frio y entonces otro olor aparecía, sobre todo en los locales cerrados, como las escuelas, era el olor a naftalina, porque durante el verano las prendas invernales se guardaban con aquellas blancas bolitas que evitaban que la ropa se apolillara y así servía año tras año a cada persona  o para los hermanos más pequeños…   y sobre todo con Diciembre llegaba La Navidad… pero eso es otra historia, para otra ocasión quizás, aquí sólo he querido plasmar esta pequeña evocación, aunque habría mucho más que decir, de ese Abarán otoñal, de dorados colores, de tibio sol y hojas secas, que como cualquier época de nuestro pueblo, a mi me ha dejado tan entrañables recuerdos. Ese Abarán que se fue, llevándose tantas cosas, pero yo sé que al igual que a mí ha dejado a muchas personas maravillosos recuerdos. Un Abarán que no debemos olvidar porque sin duda era un pueblo excepcional.

Mercedes de la Fuente Tornero

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