En el corazón de la ciudad había una gran fuente que se había secado hacía mucho tiempo. La gente bebía agua estancada y su vida se había vuelto gris. Todos recordaban que, cuando la fuente manaba, había sido el centro de la comunidad, y todos sentían una profunda tristeza por la pérdida.
Una joven, llamada María, se rehusaba a dejar que la tristeza la consumiera. Ella creía firmemente que el manantial volvería a fluir. En lugar de sentarse a llorar, María comenzó a hacer cosas sencillas pero extraordinarias: se puso su vestido más colorido, cantó viejas canciones de la fuente y ofreció su poca agua (su tiempo y sus talentos) a quienes tenían sed.
Sus vecinos le decían: «¿Cómo puedes estar tan contenta si la fuente está seca?». María respondía: «Mi alegría no viene del agua que ya está aquí, sino de la certeza de que el manantial volverá a brotar. Y mientras espero, ¡no voy a dejar que la tristeza me robe lo que ya tengo!».
Su alegría era contagiosa. Al verla tan llena de vida a pesar de la sequía, los demás comenzaron a sonreír y a ayudarse. De repente, la ciudad, aunque sin agua, se llenó de un tipo diferente de vitalidad.
Cuando finalmente el agua del manantial brotó, con una fuerza y pureza nunca antes vistas, la gente se dio cuenta de algo: la verdadera Alegría no había llegado con el agua, sino que había sido el signo de María que mantuvo viva la esperanza y preparó el ambiente para la llegada del milagro.
Mensaje del Domingo:
El Tercer Domingo es conocido como Domingo de Gaudete (Alégrate). Hoy encendemos la vela de la Alegría. Nuestra alegría no debe depender de que las circunstancias sean perfectas, sino de la cercanía de Jesús. No esperes a que Jesús nazca para alegrarte; ¡alégrate porque Él está llegando! Que tu gozo sea un testimonio y una invitación para que otros se acerquen a la Luz.
