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Diciembre. (Una mirada de la navidad abaranera de Mercedes de la Fuente Tornero).

                     Escribir sobre el mes de Diciembre, resulta muy fácil; sobre todo si el tema trata sobre todas las cosas que trae este mes al pueblo y que culminan con la Navidad.

                 Es fácil repito hablar de este mes, porque igual que otros meses que son especiales para Abarán; Diciembre tiene muchas cosas que para los abaraneros han sido y son motivo de fiesta y gozo.

                 Si quisiera escribir sobre pasados tiempos, cosa que es innegable, nos gusta recordar, comenzaría por las lumbres, «las luminarias» como decimos aquí; que comienzan la víspera de la Purísima; y que desde días antes, los niños, los jóvenes y hasta diría que los mayores también participaban; buscábamos, aún en los lugares más inverosímiles, objetos ya en desuso que pudieran ser quemados en la primera lumbre, para festejar la Inmaculada Concepción de María. Rara era la calle del pueblo, que no tuviera su hoguera; e incluso sin malicia, eso por supuesto, se presumía a ver quien lograba la más hermosa, la que más durase y tuviese las llamas más altas. ¡Como se gozaba en torno a aquellas hogueras!. Los jóvenes y niños llenaban las calles; no existían las televisiones para restar espectadores a aquellos fuegos; me parece que ni siquiera se hacía cine esas noches, a menos que fuese Domingo o Sábado, porque eran los días típicos para ver películas y realmente había publico para las dos cosas: cine y lumbres.

                 Apenas se habían apagado los rescoldos de las lumbres de la Purísima; cuando ya empezábamos a preparar la de Santa Lucia que era el día 13; esa Santa Patrona de los Invidentes; cosa que yo me enteré ya siendo una jovencita, pero sabía que estaba relacionada con la visión, por la cantidad de veces que oí decir a  mi abuela y a otras mujeres mayores, esa frase tan conocida: «Que Santa Lucía te conserve la vista»; sobre todo cuando le enhebraba la aguja o leía algo que sus ojos cansados no acertaban a ver con claridad. Por cierto que ahora esa frase se oye menos, quizá sea debido a que la visión es mejor o las gafas están más perfeccionadas; lo cierto es que Santa Lucía traía al pueblo otra noche de lumbres, de regocijo, de juegos en torno al fuego y sencilla diversión, en un tiempo que no había otra cosa para divertirnos.

                 Y ahora ya que me he puesto a escribir sobre tiempos pasados; creo que debo seguir un poco más; porque sería injusto olvidar que después de las lumbres; llegaban también las esperadísimas «Misas de gozo». Desde la primera a la última, la iglesia, nuestra vieja y entrañable Parroquia de San Pablo (aún no existía la de San Juan Bautista) se llenaba desde el primer día de gentes, la mayoría jóvenes, que llevábamos la tradicional «»castañeta»»; que nos habíamos procurado fabricar con una buena caña y que era un instrumento asequible para todos, también zambombas, y los que podían panderetas y castañuelas o «postizas» como se llaman aquí. Toda la iglesia era como un coro improvisado, los villancicos surgían alegres, espontáneos; aquellas misas tenían algo muy especial, algo que nunca más he vuelto a ver; tal vez sea, porque mis ojos eran entonces jóvenes y contemplaban las cosas de forma distinta. Después de misa venían los cantos por las calles. Corríamos alegres por ellas siempre con los villancicos en los labios. Ahora oigo muy pocos cantos, por no decir ninguno, quizá porque mi sueño sea ahora más profundo o tal vez porque sean menos numerosos los jóvenes que van cantando por la calle y no logran despertarme. En justicia debo añadir que alguna mañana, mujeres de mi edad, nostálgicas salimos a cantar y durante un cierto tiempo nos sentimos como las jóvenes alegres que fuimos. ¡Por fin! Después de todas estas cosas llegaba La Navidad, que comenzaba con la Misa de Gallo, otro acontecimiento para los jóvenes que abarrotábamos la Iglesia y que nos sentíamos dichosos esa noche, conmemorando el Nacimiento del Hijo de Dios. Cuando acababa la misa, venían los abrazos, las felicitaciones y los besos cariñosos. Eran momentos alegres que nunca podré olvidar.

                 En la Nochevieja, reuniones en las casas, pandillas que se juntaban para comerse las uvas, para hacer algún que otro baile y recogernos a horas que ningún otro día del año nos estaba permitido porque entonces la juventud era diurna, vivíamos el día y la noche era para recogernos en nuestros hogares, leyendo, jugando a algún juego de mesa con nuestros abuelos, hermanos o padres, haciendo punto, alguna labor e incluso viendo la entonces bastante novedosa televisión, los que podían tener el lujo de haber adquirido. Y que me perdone el mes de Enero, si le robo unos días y los incluyo en Diciembre, pero es que para mi realmente no comienza Enero hasta que no pasa el Día del Niño; por lo tanto debo decir que también esperábamos Diciembre para ver esa modestísima Cabalgata con tres Reyes Magos: Melchor, Gaspar y Baltasar; vestidos con desgastados trajes, que repartían pequeños juguetes de cartón y algún que otro caramelo. Esa noche la confitería «La Margarita» vendía como en muchas tiendas del pueblo e incluso en el puesto de Paco el Turronero, las cajas con el dulce que llamaban anguilas, que era una rosca, confeccionada no sé con que y adornada con anises y plumas. Había anguilas de todos los tamaños, para adaptar su precio a todos los bolsillos. Lo triste, porque no todo es siempre alegría, que existían niños que esa noche de Reyes, tan especial para los pequeños, ni siquiera podían saborear una minúscula «anguila». Tenían que conformarse con alguno de aquellos modestísimos juguetes que arrojaban los Reyes Magos y la mayoría con ninguno.

                 Al día siguiente El Niño ¿Qué podría decir de esa noche, que todos no conozcamos? Tan solo volver  a evocar noches de juventud, de villancicos, bailes y alegría. Si quiero añadir una cosa que a lo mejor es imaginación mía, y es que veo cada año menos gente en las calles y menos bullicio en el pueblo, tal vez porque en aquellos años todos los bares y locales de ocio cerraban esa noche y ahora como permanecen abiertos la juventud se refugia en ellos y no se puede negar que son los jóvenes los que alegran las calles. Sin embargo, a pesar de todo, estoy segura de que para cualquier habitante de Abarán; la Noche del Niño, continuará siendo algo muy especial y entrañable. Sé y confío que seguiremos conservando siempre esta hermosa tradición y tendremos siempre las puertas abiertas para el amado Niño, esté la gente en la calle, en su casa o donde quieran estar.

                 Quiero terminar con algo que no tiene que ver con el pasado, presente, o futuro, algo que es intemporal; quizá no vaya bien en este escrito o yo no sea la persona adecuada para decirlo; pero quiero hacerlo y lo voy a decir para terminar: Diciembre es el mes de La Navidad y La  Navidad trae mensajes de paz, amor, comprensión, y solidaridad; parece que este mes tenemos abiertos nuestros corazones para todo esos maravillosos sentimientos; nos sentimos capaces de perdonar, de obrar bien y de querer a todo el mundo. Yo deseo que sepamos mantener estas buenas intenciones, no sólo en Diciembre, sino en cualquier mes del año y aunque sea en este hermoso rincón de la Tierra que es nuestro querido pueblo comencemos y procuremos hacer un mundo mejor aportando cada uno, lo que pueda para ello. ¡Intentémoslo, merece la  pena!

                                 Mercedes de la Fuente Tornero

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